Ojalá que llueva mucho, que borre todas las huellas habidas y por haber y se quede todo mojado para pasar a un mejor paisaje, que después de eso se abre el cielo y se ven mejor las montañas, la playa, o cualquier paraje, cuestión de gustos y del momento, supongo.
Ojalá que también haga viento y se lleve toda la tempestad de golpe y todo lo que no sirve en la vida, que se lleve las hojas que están en medio y los obstáculos que alguien nos puso en su momento.
Ojalá que todo eso lo vea a través de una ventana, balcón o cristalera gigante con una manta calentita, un montón de porquerías y un sinfín de películas.
Ojalá que dure poco, y cuando salga esté el sol de nuevo, aunque tengo claro que si dura más de la cuenta cogeré un abrigo y unas botas y saldré a bailar bajo la lluvia, porque a pesar de que siempre he preferido el verano, mis ganas de seguir adelante siempre están por encima de eso, de eso y mucho más. Porque tenemos que aceptar que los días grises forman parte del escenario, asumirlos y quererlos igual, aunque no dejar que duren más de la cuenta, por supuesto. De ellos aprenderemos a valorar las cosas que nos da la vida, que es mejor calidad que cantidad; Aprenderemos que después de la tormenta llega la calma, y que la calma a veces viene en forma de no parar porqué al final la vida pasa y no se para.
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